No quise dormir sin sueños,
y elegí la ilusión que me despierta,
el horizonte que me espera
y el proyecto que me llena.
Y no la vida vacía de quien no busca nada,
de quien no desea más que sobrevivir cada día.
No quise vivir en la angustia,
y elegí la paz y la esperanza,
la luz, el llanto que desahoga, que libera,
y no el que inspira lástima en vez de soluciones,
la queja que denuncia, la que se grita,
y no la que se murmura y no cambia nada.
No quise vivir cansada,
y elegí el descanso del amigo y del abrazo,
el camino sin prisas, el compartido,
y no parar nunca, no dormir nunca.
Elegí avanzar despacio, durante más tiempo
y llegar más lejos, habiendo disfrutado del paisaje.
No quise huir,
y elegí mirar de frente, levantar la cabeza
y enfrentarme a los miedos y fantasmas
porque no por darme la vuelta volarían.
No pude olvidar mis fallos,
pero elegí perdonarme, quererme,
llevar con dignidad mis miserias
y descubrir mis dones;
y no vivir lamentándome por aquello que no pude cambiar,
que me entristece, que me duele,
por el daño que hice y el que me hicieron.
Elegí aceptar el pasado.
No quise vivir solo,
y elegí la alegría de descubrir a otro,
de dar, de compartir,
y no el resentimiento sucio que encadena.
Elegí el amor.
Y hubo mil cosas que no elegí,
que me llegaron de pronto
y me transformaron la vida,
cosas buenas y malas que no buscaba,
caminos por los que me perdí,
personas que vinieron y se fueron,
una vida que no esperaba.
Pero elegí al menos cómo vivirla.
Elegí los sueños para decorarla,
la esperanza para sostenerla,
y la valentía para afrontarla.
No quise vivir muriendo,
y elegí la vida.
Así podré sonreír cuando llegue la muerte,
aunque no la elija…
... porque moriré viviendo.
Rudyard Kipling.
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