Los techos del Cafe Hercules son altos, muy altos. Al atravesar la puerta que forma parte de la pared de cristal que rodea toda la zona exterior del local tengo una cierta impresión de solemnidad, esa amplitud me sugiere la imagen de una pequeña capilla gótica. La gente, sola o en grupos de dos o tres personas, recibe las primeras horas del día con los ojos aún un poco entornados, sin terminar de definirse del todo entre el sueño y la vigilia. Me siento en una de las mesas y, mientras tomo el primer sorbo de té caliente, me fijo en la expresión de los que me rodean, otras vidas en mi ciudad que, como la mía, aguardan en ese escueto primer renglón matutino el comienzo una nueva jornada. Algunos aparentan estar esperanzados con lo que les depara las siguientes horas y otros parece como si ya se hubieran decidido a no volver a esperar nada nunca más, también hay rostros indolentes y alguno que otro ensimismado en profundas cavilaciones, y hay algun otro que no soy capaz de descifrar, quizá no hay nada que encontrar ahí.
Somos solo un pequeño montoncito de gente, juntos por este rato en esa deriva que nos lleva hacia no sabemos donde, como lleva también a todos los demás que caminan fuera, en las calles. Cada uno tenemos una historia, cada uno portamos nuestra diminuta chispa de luz en mitad de todo este desconcierto, cada uno somos un sonido unico, preciso y precioso en el gran acorde de la vida. Y cada uno, también, lucimos nuestra incomoda y particular mordaza, de manera más o menos explicita, en grados más o menos sutiles, todos bregamos con alguna incomprensibles desazón que nos mantiene alejados de esa anhelada plenitud que a veces parece tán hermetica. Por muy camuflado que se encuentre y por mucho que nos empeñemos en no enfrentarlo, todos lo conocemos, cada cual en la forma de sus propios mosntruos, todos sabemos lo que es el miedo.
Pero hay otra cosa más que nos acerca, que nos mimetiza, algo de lo que también y más que nada no me cabe duda, una idea que recuerdo hoy de nuevo y que creo que constituye la unica certeza posible: todos y cada uno de los individuos que nos encontramos ahora en esta cafetería, o en cualquier otro lugar, todos, tenemos un anhelo ineludible, un destino común que aunque pueda ser postergado es irrevocable, todos y cada uno de nosotros tenemos la absoluta e imprescindible necesidad de amar. La unica verdad que existe es que es para eso para lo que estamos hechos.
1 comentario:
Muy bonito texto sobre la realidad más mundana y bella al mismo tiempo: necesidad de amar....mmm.....estoy de acuerdo! ;)
amémonos todos!!! jejejeje
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